sábado, 11 de septiembre de 2010

11 de Septiembre de 2010: Más allá del duelo


Un año más; nueve exactamente, en el que los estadounidenses conmemoramos hoy en la Zona Cero en Nueva York, el Pentágono en Washington y en la apacible pradera de Shanksville, Pensilvania, el doloroso y lacerante aniversario del 11 de septiembre.

En aquella luminosa mañana de martes del año 2001, cerca de 3,000 vidas inocentes, se apagaron en un criminal atentado lanzado al grito de Allah Akhbar, que hoy nos parece que sucedió hace ya muchos años y que a la vez nos desgarra como si hubiese sido ayer mismo.

Hoy todos los norteamericanos y las personas decentes de todo el mundo expresaremos nuestro dolor por los caídos y la admiración que sentimos por aquellos que sin vacilar se lanzaron a la vorágine de llamas, humo y polvo para socorrer a quienes lo necesitaban aun a costa de sus propias vidas.

Pero sería un error imperdonable dejarnos llevar por el sentimentalismo por lo sucedido en aquella mañana de final de verano, como también sería un error imperdonable perder la perspectiva de lo que verdaderamente sucedió ese día y la naturaleza de ese crimen abominable perpetrado en nombre de un Dios y una religión de odio. Aquello fue un brutal asesinato masivo disfrazado de Guerra Santa, Jihad como ellos le llaman, tal y como está escrito en El Corán, el libro sagrado en el que se recoge nuestra condena a muerte por el cuchillo por el simple pecado de ser infieles, por el simple pecado de adorar a otro Dios diferente o quizás a ninguno, como razón aparente o visible, que detrás encierra los objetivos políticos que fueron entonces y siguen siendo, la antítesis misma de nuestra civilización occidental y de nuestras libertades y nuestra democracia a las que quieren destruir e imponer su ley medieval, la Sharia, la misma que, por ejemplo, condena a las mujeres a morir lapidadas por sentir la atracción del amor o de la carne por otro hombre que no sea su marido y que condena a ser colgados en la plaza pública a aquellos que se sientan inclinados hacia sus semejantes del mismo sexo, por sólo mencionar dos transgresiones a la Sharia que, curiosamente, son las más defendidas por los que en la izquierda también se proclaman rabiosos defensores del derecho de los musulmanes a construir una mezquita para que los seguidores de esa religión puedan exclamar Allah Akhbar a unos pocos pasos del mismo sitio en el que hace nueve años gritaron lo mismo para arrancarle la vida a casi 3 mil hermanos nuestros.

Hoy ese mismo hijo de la Umah que mediante la mentira y el engaño se adueño de la Casa Blanca, quiere volvernos a vender gato por liebre y establece paralelos inexistentes a la vez que quiere reducir la enorme tragedia de hace nueve años a una acción individual de un grupo reducido de malvados: “Siempre existirá el potencial para que un individuo o un pequeño grupo de individuos, maten a otras personas”, dijo ayer Barack Hussein Obama. Pero la tragedia del 11 de septiembre y la ideología fanática y criminal que la respalda es mucho más que eso. Por mucho que trate de desvirtuar la verdad y de confundirnos elogiando al ex Presidente Bush porque una vez dijo, que estábamos en guerra contra el terrorismo y no contra los musulmanes, lo cual es estrictamente cierto.

Nuestra guerra es, en efecto, contra los terroristas, lo que sucede es que los terroristas son musulmanes. Nuestra guerra es y será, a pesar de los Obamas, los Bloombergs y toda la izquierda demócrata, contra esa ideología de odio y muerte que sigue trabajando con dedicación desde Sudán, Somalia, Yemen, Irán, etc, etc, en búsqueda de la caída y posterior dominio de occidente y con ello de nuestra cultura humanista y civilizada.

En su cínica doblez Barack Hussein Obama señala que los Estados Unidos “no están en guerra contra el Islam” y eso es estrictamente cierto desde el 20 de enero de 2009, pero lo que sucede es que la mayoría del Islam está en guerra contra nosotros. Como dijo certera y valientemente el ex primer ministro británico, Tony Blair, “occidente está siendo atacado por una ideología y sus raíces son profundas, sus tentáculos son largos y la narrativa sobre el Islam se extiende mucho más allá de lo que pensamos”.

Es precisamente esa negativa a aceptar la verdadera naturaleza del enemigo por parte de la administración Obama la que la hace pasar por alto la nueva amenaza que enfrentamos en casa y que ya se muestra verdaderamente alarmante: los jihadistas islamistas de cosecha propia. Hoy surgen cada vez más dirigentes de esos grupos terroristas islámicos nacidos o criados aquí mismo como el clérigo radical Anwar al-Awlaki, quien se crió en Nuevo México, y el chicaguense David Headley, que ayudara a planear los ataques terroristas en Mumbai en 2008.

Antes de 2005 y los atentados del metro de Londres, muchos funcionarios del Reino Unido estaban convencidos de que eso “no puede suceder aquí” y señalaban la integración de los musulmanes en la sociedad británica como razón fundamental y ese mismo criterio es el que nos quiere vender Barack Hussein Obama, para justificar su cacareado acercamiento con el mundo islámico y su defensa, innecesaria por demás, del derecho de los musulmanes a practicar su religión y lograr así su fusión en el llamado “Melting Pot” norteamericano para protegernos de los ataques de los islamistas domésticos.

Pero como sabemos la realidad se nos ha ido mostrando de manera diferente desde el ataque islamista por un jihadi norteamericano en Fort Hood el año pasado, y que sucedió por la desidia y el miedo de los funcionarios militares que ignoraron los repetidos contactos del asesino Nidal Malik Hassan con Anwar al-Awlaki y sus frecuentes mensajes de correo electrónico acerca de las operaciones suicidas. Y sólo la providencia logró salvar a esta ciudad de Nueva York del frustrado atentado con coche bomba en Times Square, gracias a la ineptitud del asesino jihadista.

Hoy, sí, los norteamericanos recordamos y lloramos otra vez a los caídos ese día, asesinados de forma inmisericorde al grito de Allah Al Bahkr, pero a la vez la inmensa mayoría de nosotros está dispuesta a evitar que esa religión de odio erija un templo símbolo de la victoria del Islam sobre occidente a pocos pasos del sitio en que asesinaron a tantos inocentes.

Y eso nos lleva a otra conclusión: Necesitamos líderes verdaderos que estén dispuestos a dejar de fingir o mirar hacia el lado opuesto ante la amenaza que representa el jihadismo islámico disfrazado de “Islamismo Moderado” y tolerante que pretende erigir su monumento de recordación a los asesinos del 11 de septiembre a pocos pasos de donde lloramos hoy y lloraremos en el futuro a nuestros muertos, asesinados bajo el cuchillo, tal y como predica el Corán, libro sagrado de los musulmanes que según cuenta la leyenda le fue dictado por Allah al profeta analfabeto Mahoma.

Esa es una lección que nos deja el legado del 11 de septiembre y que debemos aprender muy bien.

Editores de Nobama
Nueva York, 11 de septiembre de 2010.

2 comentarios:

Isis dijo...

Gracias, querido Nobama,
te hago link en mi blog.
Saludos,
Isis

Zoé Valdés dijo...

Sí, doloroso, y por eso mismo, imperdonable. Y esto es una guerra. Bravo por el artículo.