En su obsesión escenográfica al estilo de las aldeas
Potemkin de
Stalin, la administración
Obama presentó un llamado “Plan” para la reestructuración o reconstrucción de nuestro sistema de regulación financiera, que provocará que las crisis económicas sean más probables y más costosas. Nuestro sistema financiero, particularmente nuestro sistema hipotecario está desecho, pero el “plan” de Obama, ignora las imperfecciones reales y se concentra en objetivos más convenientes para su política de ingeniería social.
En lugar de terminar con los “rescates” bancarios, el plan los convierte en una característica permanente de nuestro sistema de regulación. De hecho, lo amplía a la posibilidad de rescates con dinero de los contribuyentes a cualquier compañía que escoja convertirse en un
holding financiero. Esto casi seguro que incluiría a las más importantes compañías de seguros, así como a las compañías más importantes de financiamiento al consumidor como
GMAC.
Claro está, la administración nos dice que los “rescates” no serán necesarios, ya que a los mismos reguladores que no detectaron las señales de la crisis actual se les añaden poderes especiales para evitar la próxima.
Se supone que ahora creamos que si la
Reserva Federal hubiese tenido los mismos poderes de supervisión que ahora tiene sobre
Citibank y
Bank of America sobre
AIG, se habría evitado el “rescate” del gigante de los seguros. Pero si se aplica esta lógica como fundamentación, habría que llegar a la conclusión que si AIG se hubiera administrado y regulado como se hizo con Citibank, estaría en tan mala situación como el otrora megagrupo financiero. ¿No es así?
En medio de esta crisis, resulta comprensible que se incremente la regulación y la supervisión sobre las mayores instituciones financieras, ¿pero qué sentido tiene hacerlo reduciendo la disciplina mercantil en esas mismas compañías?
Al establecer una lista de instituciones clasificadas como “demasiado grandes para fracasar”, el Presidente nos anuncia que cualquiera de estas compañías selectas recibirán “rescates” gubernamentales en caso de que tengan problemas que puedan conducirlas al fracaso. De esa forma, las mismas enfrentarán costos de financiamiento más bajos que los prestamistas más pequeños, lo que les permitirá adquirir cuotas de mercado. Ello quiere decir que el “plan” de Obama garantiza un incremento en la concentración de nuestros mercados financieros, por lo que tendremos menos bancos, pero serán mayores, lo que recuerda un poco lo que nos contaba
Rudolf Hilferding en
El Capital Financiero, allá por el 1910.
Más claro. El “plan” de Obama coloca toda la seguridad del sistema financiero en la esperanza de que los reguladores de la Reserva Federal lo hagan todo bien. No olvidar que esta es la misma Reserva Federal y no otra, que en el año 2002, cuando los Estados Unidos estaban sumidos en una fuerte recesión económica como consecuencia del estallido de la burbuja económica de las compañías
puntocom y de los ataques terroristas del 11 de septiembre siguió las recomendaciones del hoy Premio Nobel de Economía y actual asesor económico de Obama,
Paul Krugman. ¿Cuál fue la solución propuesta entonces por el afamado economista que hoy se sienta en la Mesa de Pericles de Obama?
El 2 de agosto de 2002, Krugman escribió en su columna del
New York Times: “Para combatir esta recesión la respuesta de la Reserva Federal debe ser violenta; es necesario incrementar el gasto familiar para compensar la decaída inversión empresarial. Y para hacerlo, Alan Greenspan, (al frente entonces de la RF), tiene que crear una burbuja inmobiliaria para reemplazar la burbuja del
Nasdaq”. La genialidad del futuro Premio Noble fue sustituir un boom artificial con otro, animando así la rápida bajada de tipos de interés para salir de la recesión mediante una nueva expansión del crédito. Este proceso está brillantemente explicado en un artículo publicado en
Libertad Digital, bajo el título de
Krugman recomendó a Greenspan en 2001 crear una burbuja inmobiliaria.
Luego no resulta extraño que el “plan” Obámico apenas mencione a dos instituciones que están en la misma raíz del colapso del mercado hipotecario:
Fannie Mae y
Freddie Mac. Por el contrario, la administración nos lanza una curva hacia abajo y dice que estudiará el asunto y que en el futuro presentará otras alternativas. Algo así como mandarnos a buscar un “ratito de tenme allá”.
Sin importarle para nada que Fannie y Freddie fueran en su momento pico de expansión las mayores fuentes de financiamiento del llamado mercado
subprime, cuando compraron más del 40% de todas las acciones de ese tipo y se convirtieron en los líderes de la reducción de la calidad crediticia de ese mercado, que probablemente serán la causa de que el costo final para el contribuyente de esas “Aldeas Potemkin” sea mayor que los fondos destinados al “rescate” bancario conocido como TARP (por sus siglas en inglés de Troubled Asset Relief Program), sólo le merecen una mención de pasada para posponer sin fecha fija las alternativas gubernamentales a estas instituciones. ¿Curioso, verdad?
Digamos que las pérdidas combinadas de los contribuyentes a causa de Fannie y Freddie pueden muy bien ser de más de $300 mil millones (billones), el doble del costo previsto para “rescatar” a AIG, por lo que cualquier plan de reforma que no contemple a Fannie y Freddie cae de lleno en el terreno de la simulación y el engaño.
Aún en los aspectos en que su apreciación es acertada, se equivoca el “brillante plan” del Presidente. Por un lado, reconoce que las agencias crediticias fallaron, pero no menciona la fuente que provocó ese fallo, que no es otra que el hecho de que dichas agencias son un monopolio creado por el gobierno. Y, por el otro, elude esa realidad e insiste en la necesidad de más transparencia, lo que claramente no resuelve el problema, porque es algo tangencial a su esencia. Lo que el llamado “plan” necesitaría es acabar con los privilegios exclusivos que el gobierno le ha otorgado a las agencias de evaluación crediticia y también la terminación de la práctica de que los reguladores del gobierno encarguen de sus funciones a estas agencias.
Luego tenemos la sección de hipotecas del “plan”. Como era de esperarse, el equipo económico de Obama, pasa por alto lo más importante: la obsesión enfermiza del Gobierno Federal con hacer propietarias a las familias que no cuentan con los medios necesarios para ello. En lugar de enfrentar este grave problema, establece un incremento en las llamadas “protecciones al consumidor” en la industria hipotecaria.
Resulta lamentable que la administración no pueda enfrentar esa cuestión primordial, básica y de cierta forma elemental, de que el indicador hipotecario más importante es la capacidad de pago de quienes reciben el préstamo: la cantidad de su dinero que una familia emplea en los gastos del hogar nos dice mucho más acerca de la probabilidad de impagos, que si el préstamo era de tasa ajustable o si cuenta con una multa por pago adelantado o prepago.
Y así llegamos a la disyuntiva a que se enfrenta la administración Obama: Si admite todo lo anterior, claramente estaría aceptando que programas como la
Federal Housing Administration (Administración Federal de la Vivienda) ha estado en la primera línea de presión para otorgar préstamos hipotecarios insostenibles.
¿El resultado?
El equipo de Obama, una vez más antepone las razones políticas a las necesidades verdaderas de la economía y brinda “respuestas” que parecen lógicas y correctas a los contribuyentes, sin, no ya amenazar, ni rozar siquiera con el pétalo de una rosa a los grandes intereses en Washington, los que han desempeñado un papel vital en la creación de la actual crisis. Suponemos que
Barney Frank, Chuck Schumer, Christopher Dood, Nancy Pelossi, Harry Read y demás truhanes de su misma especie en el Congreso estarán muy satisfechos con el “Plan” Obamico para la reestructuración de la regulación de la industria financiera.
Una aldea más en el pujante Distrito Potemkin del 1600 de la Avenida Pennsylvania en Washington DC.
NobamaNueva York, 18 de junio de 2009