lunes, 12 de octubre de 2009

Ser o no ser: Esa es la cuestión o
Barack Hussein Obama en su laberinto

Barack Hussein Obama fue coronado como Príncipe de la Paz por un Comité de Oslo, pero es el Presidente de un país en Guerra, amenazado por un enemigo cruel y traicionero, que no se deja convencer por sus extraordinarias dotes oratorias. Este Príncipe de la Paz, este Hamlet moderno, se debate ante una disyuntiva que exige decisiones precisas y que no admite juegos de palabras. Si responde como un verdadero Comandante en Jefe, perderá el apoyo de su base doméstica, la extrema izquierda y tendrá que gobernar desde el Centro y olvidarse de su agenda socialista (recordar a Clinton), si por el contrario decide lanzar los dados y apostar a la posibilidad de ganar con lo que proponen los que ya se equivocaron en Irak, o trata de convencer al Talibán y quizás hasta Al Qaeda que deben buscar una salida negociada. El peligro para nuestra Seguridad Nacional será de proporciones catastróficas.

Esta clara disyuntiva que tiene ante sí Barack Hussein Obama, está magistralmente argumentada por Chuck Krauthammer en el artículo que reproducimos a continuación. Y que quienes prefieran leer en inglés pueden hacerlo aquí.

Nobama
Nueva York, 12 de octubre de 2009


La agonía del joven Hamlet


Lo genial de la democracia es la alternancia en el poder, lo cual obliga a la oposición a comportarse seriamente, particularmente en cosas como la guerra. Asunto este en el que los demócratas han sido decididamente poco serios.

Cuando la guerra de Irak (a favor de la cual votaron la mayoría de los Senadores demócratas) empezó a tener problemas y las bajas aumentaron, los demócratas se guiaron por los vientos cambiantes de la opinión pública y se pusieron decididamente en contra de la guerra. Pero como necesitaban de una cobertura política a causa de su reputación de debilidad en la defensa nacional después de Vietnam, adoptaron Afganistán como su guerra predilecta.

“Yo formé parte de la campaña de John Kerry en 2004, la que elevó a la categoría de sabia opinión convencional demócrata, la idea de Afganistán como “la guerra correcta”, escribió el asesor demócrata Bob Shrum poco después de que el Presidente Obama fuera electo. “Esto era necesario como crítica a la Administración Bush, pero también era algo deliberado y a estas alturas puede que resulte hasta engañoso como política”.

Lo cual es una forma inteligente de decir que defender la victoria en Afganistán fue una medida artificial y falsa en la que los demócratas nunca creyeron seriamente, un conveniente garrote para golpear a George Bush con Irak y a la vez dar una imagen lo suficientemente belicista como para rechazar el estereotipo de blandos.

Diseñada cínica y brillantemente, la posición de que la “guerra de Irak era mala, y la guerra de Afganistán era buena” funcionó. Los Demócratas primero ganaron la mayoría en el Congreso y después la Casa Blanca. Pero ahora, lamentablemente, les toca gobernar. Se terminaron los juegos y los pretextos.

De manera que ¿qué hará ahora el comandante en jefe con la guerra que una vez declaró que había que ganar, pero que en forma casi criminal Bush no le había proporcionado los recursos necesarios?

¿Quizás proporcionar los recursos necesarios para ganarla?

Uno podría pensar que eso sería lo correcto. Y eso es exactamente lo que pedía el 30 de agosto el General designado directamente por Obama: un refuerzo (surge) de entre 30.000 y 40.000 soldados para estabilizar el progresivo deterioro de la situación y salvar Afganistán de la misma forma que un refuerzo militar similar logro salvar a Irak.

Eso sucedió ya hace más de cinco semanas y todavía no hay una respuesta. Obama se debate agónica y públicamente mientras el mundo lo observa. ¿Por qué? Porque, según explica el Asesor de Seguridad Nacional James Jones, “usted no compromete las tropas antes de decidir una estrategia”.

¿No hay una estrategia? El 27 de marzo, teniendo a su lado a los Secretarios de Defensa y Estado, el presidente dijo: “Hoy anuncio una nueva estrategia integral para Afganistán y Pakistán”. Y seguidamente detallaba una campaña de contrainsurgencia civil y militar para derrotar al Talibán en Afganistán.

Y para enfatizar lo serio de sus palabras, el Presidente dejó claro que no había llegado a esta decisión por casualidad. La nueva estrategia, declaró, “marca la conclusión de una cuidadosa revisión política”.

Conclusión, afirmó rotundamente. No el comienzo. No un proceso. La conclusión de una amplia revisión, aseguró a la nación el presidente. La cual incluía consultas con jefes militares y diplomáticos, con los gobiernos de Afganistán y Pakistán, con nuestros aliados de la OTAN y los miembros del Congreso.

El General al mando fue entonces sustituido con otro escogido por Obama, Stanley McChrystal. Y es McChrystal quien presentó la solicitud de 40.000 soldados, una solicitud a la que el presidente respondió con un silencio absoluto.

La Casa Blanca comenzó a filtrar una estrategia alternativa, al parecer propuesta (¿inventada?) por el Vicepresidente Biden para lograr la victoria impecable con el uso a distancia de misiles Crucero, aviones no tripulados Predator y operaciones especiales.

La ironía es que nadie sabe más acerca de este tipo de guerra que el general McChrystal. Él estuvo a cargo precisamente de este tipo de “contraterrorismo” en Irak durante casi cinco años, matando a miles de enemigos en operaciones discretas de un éxito considerable.

Cuando el mejor experto del mundo en este tipo de guerra contra el terrorismo recomienda precisamente la estrategia de contrainsurgencia contraria a la que propone Obama, es decir, un importante refuerzo de tropas para proteger a la población, usted tiene ante usted la más convincente argumentación contra el contraterrorismo, hecha por el hombre que más conoce sus logros y límitaciones potenciales. Y McChrystal fue enfático en su recomendación: “Optar por cualquier otra vía diferente a la contrainsurgencia significa perder la guerra”.

Sin embargo, su Comandante en Jefe, joven Hamlet, se agita, objeta, agoniza. Sus Asesores en política doméstica, encabezados por Rahm Emanuel, le dicen que si va en búsqueda de la victoria, se convertirá en otro LBJ (Lyndon Johnson), el visionario destruido por una guerra. Su vicepresidente se aferra a la quimera de un éxito indoloro del contraterrorismo.

Contra Emmanuel y Biden se manifiestan el General David Petraeus, el principal experto del mundo en contrainsurgencia (con ella salvó a Irak) y Stanley McChrystal, el experto más destacado del mundo en contraterrorismo. ¿En quién confiaría usted?

Hace menos de dos meses, el 17 de agosto, frente a un público compuesto por veteranos, el presidente declaró que Afganistán era “una guerra de necesidad”.

¿Quedó en pie algo de lo que dijo después que se apagaron los aplausos de esos veteranos?

(Traducción y revisión de Aaron Mayer y Diego Rodriguez-Arche)

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