En tiempos recientes hemos visto cómo el candidato demócrata se desplaza rápidamente de un extremo a otro en todos los asuntos de importancia que preocupan a la mayoría de los norteamericanos. Los cambios de postura de Obama podrían servir de ejemplo para ilustrar cualquier ensayo acerca del relativismo moral y político, del que su lema de campaña Cambio, convertido en “mantra” sin contenido y repetido una y otra vez, sería el ejemplo más destacado. Podría hasta decirse que Claudio Helvecio, filósofo del empirismo radical, pensaba en Obama cuando dijo: “Cuando hablo me pongo una máscara. Cuando actúo me veo obligado a quitármela”. Poco a poco cada día que pasa se me hace cada vez más claro qué es lo que esconde detrás de su ya famosa consigna de campaña. Cambio en dependencia de quien me esté escuchando o, en otras palabras, Cambio según me convenga o según para donde sople el viento.
El autoproclamado candidato diferente a los políticos tradicionales, resucita, como una variante propia y aumentada, lo que un ex asesor del ex presidente Clinton llamó “Triangulación”, refiriéndose al desplazamiento Clintoniano a través del espectro político (izquierda–centro–derecha) según fuera conveniente a sus intereses. Y al paso que lleva el candidato del Cambio, va a eclipsar por completo la capacidad camaleónica que se le atribuye a Bill Clinton. Actitud que refleja un peligroso relativismo ético, tratándose de alguien que pretende ser electo presidente de la nación más poderosa de la tierra.
Nos Obama… la audacia de la arrogancia… ¿o de la vanidad?
Todos los edictos reales que durante siglos han sido celosamente guardados en los archivos de las grandes capitales europeas e impresos en incontables libros de historia y en no menos incontables novelas épicas y de aventuras como Los tres mosqueteros, comenzaban siempre con el llamado plural mayestático de Nos el Rey, que no significaba otra cosa que Dios y Yo.
Claro que, y afortunadamente, no estamos en la Europa de los monarcas absolutos, por lo que hoy y en boca de los políticos, el uso del Nosotros, de presencia permanente en Obama, significa más bien: Yo y ustedes. Y de eso, los que nacimos en Cuba y vivimos en el Castrismo sabemos bastante.
¿Recuerda alguien hace dos años cuando Obama todavía no era “el elegido por derecho divino” y se le reconocía por la extraordinaria sensibilidad que mostraba por los puntos de vista de los demás y que magistralmente se expresaba en su libro La audacia de la esperanza?
Claro que no. Aquel Obama hace ya tiempo que dio paso a este “nuevo” Obama, que discursea con largos silencios y miradas perdidas en el horizonte y que ni siquiera acepta que alguien pueda tener sus razones para tener un punto de vista contrario al suyo en cuanto a la forma de enfrentar los problemas de esta nación.
A veces me pregunto si fuera del ángulo que recogen las cámaras no habrá un grupo de esforzados voluntarios que atentos responden a las órdenes de un jefe de claque que les indica subir cuando corresponde, los carteles de Aplauso, Ovación o de Silencio. Tan perfecta parece la coreografía y estudiado el escenario. Recordemos solamente a las dos muchachas que fueron eliminadas del fondo que tendría el candidato porque se cubrían la cabeza a la manera musulmana.
Esta sensación de estar presenciando una gran puesta en escena me recuerda a las aldeas Potemkin de Stalin. Y la actitud del candidato, lo dicho alguna vez por el periodista y escritor norteamericano Sydney J. Harris: “Nadie puede ser tan festinadamente arrogante como un hombre joven que acaba de descubrir una vieja idea y piensa que es la suya propia”. En todo el tiempo transcurrido desde el inicio de la campaña electoral, incluyendo las primarias de ambos partidos, hemos podido presenciar el travestismo más obsceno cuando se trata de Barack Hussein Obama. Para ser exactos, lo único verdaderamente nuevo en la campaña del candidato del Cambio es que éste es negro. Nada hay de nuevo que en esencia no haya estado presente en todas las elecciones presidenciales celebradas en los Estados Unidos desde Washington hasta George W. Bush. En todo ese abarcador período de tiempo la plataforma de los partidos políticos puede reducirse a un principio que contiene todo lo demás: el papel que debe desempeñar el gobierno, lo que puede estar expresado en términos de tamaño, o de mayor o menor intervención en la economía y en la vida de la gente. En las relaciones con el resto del mundo y la capacidad para proteger al pueblo norteamericano. Todo lo que han dicho cada uno de los que fueron candidatos y después presidentes, cae en el terreno de ese principio básico del papel que debe desempeñar el gobierno.
Pero lamentablemente lo que presenciamos no es una representación teatral en la que después de caer el telón, nos iremos a casa o a un café a comentar el espectáculo. El resultado de esta elección podría afectar dramáticamente nuestras vidas.
En concreto ¿qué sería una presidencia Obama?
Una política exterior peligrosa por lo ingenua y por la profunda incomprensión de la historia por parte del candidato. Si no nos bastara lo que sabemos de cómo piensa acerca del tema; sus declaraciones en la reciente crisis en Georgia nos muestran claramente su proximidad a Jimmy Carter: “ahora es el momento para que Georgia y Rusia muestren contención”, estableciendo una falsa equivalencia moral entre el agresor (Rusia) y el agredido (Georgia). Curiosamente, la declaración del presidente Bush de que “todas las partes deben reducir la tensión y evitar conflicto”, podría muy bien haber sido hecha por la campaña de Obama. Todo lo contrario al candidato McCain quien en su posición frente a la agresión rusa recuerda aquello que dijo cuando le preguntaron qué veía cuando miraba a Putin: “veo tres letras: una K, una G y una B”.
Su política sobre Iraq le entregará en bandeja una victoria a Al Qaeda y arruinará totalmente nuestra influencia en el Oriente Medio a la vez que regala a los terroristas una enorme fuente de petróleo, de la que, dicho sea de paso, todavía dependemos y necesitaremos por un número de años. Alguien podría decir y no le faltaría razón, que a estas alturas y después de tanto cambio en relación con Iraq, ya ni se sabe cuál es su verdadera posición sobre el tema, lo que me reafirma en esta evaluación. Como Carter, Obama sería capaz de negociar hasta con Osama Bin Laden.
Su enunciada política hacia Israel es una mezcla inconsistente llena de contradicciones. Recordemos solamente su bandazo en la conferencia de la poderosa organización judía AIPAC, donde dijo con mucho énfasis algo que anteriormente ningún candidato ni luego presidente había expresado: “Jerusalén debe ser la capital indivisible del estado de Israel”. Tan pronto como al día siguiente se desdijo y su campaña aclaró que lo que el candidato quiso decir es que el estatus de esa ciudad debía resolverse en las negociaciones pero ¡sin dividirla! Parece que Obama está, como Yasser Arafat, más reciente Mahmud Abbas y, que sorpresa, Jimmy Carter por la creación de un estado binacional en lo que hoy es Israel y el resto de Palestina. O lo que es lo mismo por la desaparición del estado judío.
En cuanto a sus vínculos personales y profesionales, el juicio o la falta del mismo en Barack Obama asusta. Reverendo Wright, Louis Farrakhan, Bill Ayers, Odinga, el extremista líder rebelde de Kenya, quien, para lograr el apoyo de los musulmanes, promete implantar la ley de la Sharía en esa nación. ¿Hace falta más?
Obama ha perdido por completo el contacto con la realidad en cuanto a la forma en que se debe enfrentar al terrorismo. Según él, hay que darle marcha atrás al reloj y regresar a la fallida estrategia de los años 90 en oposición a la posterior al 9/11, que nos ha mantenido seguros. Como Kerry y Carter, considera que el terrorismo es un asunto policiaco, no militar y muy vinculado a la seguridad nacional.
Sus políticas económicas le harán un gran daño a la economía de este país. El candidato piensa que ha descubierto el agua tibia con su plan económico de imponer impuestos a todo “aquello que se mueve” como decía Ronald Reagan, y que dicho sea de paso ya lo puso en práctica Jimmy Carter y todos sabemos el resultado.
Si retrocedemos a las primarias veremos que Barack Obama desarrolló una fuerte campaña en contra del Tratado de Libre Comercio de América del Norte (NAFTA), para después de asegurar la nominación cambiar de posición como ha hecho en otros asuntos. Sería imposible no recordar el famoso “primero voté a favor para después votar en contra” de John Kerry. Pero claro, se trata del candidato del Cambio.
Su plan energético es prácticamente una copia fiel de aquél del ex presidente incluyendo la muy publicitada fijación del llamado windfall tax o impuesto sobre lo que el gobierno considere que son ganancias excesivas o no justas a las compañías petroleras. Los más jóvenes debían preguntarle a sus mayores qué fue lo que pasó entonces. Además, hasta hace sólo unos días se oponía a perforar fuera de las costas continentales para reducir los precios de la gasolina y del petróleo. En este, como en muchos otros asuntos de interés para los norteamericanos, el candidato se mueve como una veleta en el sentido en que sople el viento. Igual que una vez dijera que a él no le preocupaba el aumento del precio del combustible, sino lo rápido que ello se produjo, Obama dirá en cada caso lo que piense que le proporcionará algún rédito político y al final hará como Clinton, quien en 1992 dijo tener un plan económico integral dirigido a beneficiar a las personas y recobrar el liderazgo económico de los Estados Unidos, un plan que comenzaría con una rebaja de impuestos para la clase media y haría que los ricos pagaran la parte justa que les correspondía. ¿No les suena familiar?
Durante toda su campaña, Clinton, al igual que Obama, repitió esta promesa constantemente. Pero unos días después de haber tomado posesión dijo: “hice lo más que pude” y rompió su promesa.
Barack Obama está a más a la izquierda que cualquier integrante del congreso. La calificación como izquierdista que William Schneider, analista del National Journal le otorga al candidato es de 95.5 y resulta la más alta de todo el Senado. Claro eso fue antes de su viaje al centro, como hacen todos los políticos al terminar las primarias y entran en la contienda de las elecciones generales. ¿Pero no quedamos en que este era un político diferente?
La realidad es que Barack Hussein Obama no es un candidato diferente, ni siquiera original, hace lo mismo que todos los candidatos presidenciales hasta hoy y mira hacia sus predecesores más admirados para escoger sus políticas presidenciales, aunque habría que aclarar que en Obama esta tradición se muestra de alguna forma torcida y no faltaría más, en dependencia del auditórium, de las circunstancias y del momento, que no por gusto se publicita como el candidato del Cambio.
Las menciones a sus predecesores son dosificadas y expresadas con suma cautela en razón del momento y el lugar y según le convenga menciona hasta a Reagan, pasando por Roosevelt, Truman y Kennedy. Pero obvia siempre al que más admira y del que ha tomado realmente la mayoría de las ideas: Jimmy Carter. Quizás, por fin y gracias a Barack Hussein Obama, el ex presidente de las largas colas en las gasolineras pueda lograr el segundo mandato que perdió ante Ronald Reagan. Claro está, si el candidato del Cambio logra convencer a la legión de votantes independientes que, dicho sea de paso, somos quienes decidiremos esta elección.
Diego Rodriguez-Arche
Nueva York, 13 de agosto de 2008
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