miércoles, 3 de junio de 2009

Ahlan Wa Sahlan (Bienvenidos) a USArabia

Puerta Oriental de Jerusalén

Del Corán, libro sagrado del Islam:
“Matad a los infieles allá donde los halléis”.
“No seréis vosotros quienes los habréis matado, será Allah”.

¿Cómo podemos cantar la canción del Señor en tierra extraña?
Si te olvidara, Oh Jerusalén, que se me seque la mano derecha.
Si no te recuerdo, que se me pegue la lengua al cielo de la boca;
Si no te recuerdo, Oh Jerusalén, en mi alegre canción
.
Canción de los hijos exiliados de Israel,
cantada en las aguas de Babilonia
Salmo 137


Barack Hussein Obama Al Masih, no deja de sorprendernos. Ayer, en entrevista transmitida por la televisión francesa, previa a su viaje a Arabia Saudita y Egipto, expresó sin inmutarse, entre otros disparates, que los Estados Unidos de América era uno de los países musulmanes más grande del mundo. Hasta ese instante yo pensaba que vivía en el país democrático de herencia judeo-cristiana más grande del mundo, pero parece que nuestro Sheik Al Masih, en su afán de congraciarse con lo que llama el mundo islámico que, como sabemos, no es un mundo homogéneo, quiere ponerse a tono con una de las pocas cosas en que todas las tendencias de esa religión coinciden: para ellos somos infieles y a diferencia de él, no pertenecemos a la ummah (la comunidad de los fieles) y ni falta que nos hace, añadiría yo.

Esta es la parte más importante, yo diría que crucial, de su viaje a la región. Si fracasa aquí, no habría tenido ningún sentido. Como sabemos, el Rey Abdullah, tiene su propio Plan de Paz para el Medio Oriente el que puede resumirse en tres puntos fundamentales:

1. Retirada total de Israel a las fronteras del 4 de junio de 1967 incluyendo Jerusalén oriental (fronteras anteriores a la guerra de los 6 días lanzada contra Israel por los países árabes).
2. Cese de la construcción de asentamientos en Cisjordania y en Jerusalén oriental.
3. Regreso de todos los refugiados árabes a lo que es hoy Israel.

De aceptar los israelíes estos tres puntos los Sauditas ejercerían su influencia dentro de la Liga Árabe para que todos sus integrantes normalizaran sus relaciones con Israel.

Por su parte Al Masih, lleva el suyo hasta ahora secreto, pero no tanto, en carpeta. Sabemos que contiene plena coincidencia con el segundo punto del plan saudita, también que su concepción de los dos estados incluye la retirada israelí de lo que llaman territorios ocupados y aunque no ha dado a conocer la extensión que comprende esta retirada y dada su ambigua posición en relación con Jerusalén (recordar que durante la campaña en su discurso ante la AIPAC reconoció a Jerusalén como capital indivisible de Israel y que al día siguiente se retractó de lo dicho a través de un comunicado), ha hecho del asunto de los asentamientos un punto cardinal de su plan y ha revertido la posición tradicional estadounidense de aceptar nuevas construcciones en los ya existentes debido al crecimiento demográfico y particularmente se ha expresado contrario a aquellas en Jerusalén oriental. Lo que nos indica claramente que presionará para que Jerusalén vuelva a ser dividido según las fronteras de 1967. Además, su plan incluye un nuevo elemento hasta ahora inédito en cualquier negociación anterior de paz árabe-israelí. Obama ofrecerá en bandeja de plata al monarca saudita su promesa de que presionará a Israel para que firme el tratado de no proliferación nuclear, con lo que piensa matar dos pájaros de un tiro: despojar a Israel de un elemento histórico de detente y utilizarlo a su vez como elemento negociador con los mullahs iraníes, de ahí su insistencia en vincular la solución del conflicto con el éxito en las negociaciones sobre armas nucleares con Irán y sus declaraciones a la BBC antes de partir en las que respaldó el derecho de Irán a la energía nuclear. De hacerlo, como todo parece indicar según hemos podido conocer, Obama estaría introduciendo un siniestro señalamiento de equivalencia moral al problema de las armas nucleares en el Medio Oriente. Todas las anteriores administraciones norteamericanas, sin excepción, han aceptado de forma implícita que la posesión de armas nucleares por parte de Israel, no representa amenaza alguna para ningún otro país y que, de poseerlas, sólo sería como detente para un ataque genocida de los enemigos del estado judío. De ahí, que los israelíes teman que este sea el final de la histórica política norteamericana de “no preguntar, no declarar”. Según Avner Cohen, historiador de la capacidad nuclear de Israel, dicha política salió a relucir en 1969, durante una conversación privada en la Casa Blanca, entre el Presidente Nixon y la Primera Ministra Golda Meir. El acuerdo logrado estableció que Israel se comprometía a no mostrar públicamente su fuerza nuclear y los Estados Unidos bloquearían cualquier presión internacional para desmantelar el arsenal israelí.

De lograr el Sheik Al Masih, que el monarca saudita integre su plan de paz al suyo como un todo único. El éxito de su viaje estaría garantizado y podría entonces pasar a la fase religiosa o podría decírsele papal del mismo: su famoso discurso al mundo musulmán.

Pero Obama tiene un grave problema y ese problema se llama Israel, el que no está dispuesto a suicidarse en aras de que el primer presidente negro de los Estados Unidos tenga éxito en una política exterior disparatada.

No contaba Al Masih, con los herederos de los Guardianes de la Puerta Oriental de Jerusalén, la imagen de la fortaleza del pueblo judío para millones de israelíes. La imagen de aquellos legendarios Centuriones Judíos que sabían que Jerusalén era la línea eterna del frente para el pueblo de David. Hoy como ayer Jerusalén eterna única e indivisible, equivale al Israel eterno que guiado por David Ben Gurión en 1948 exclamó con una sola voz: ¡Nunca más!

Am Israel Jai (Viva Israel).

Diego Rodríguez-Arche
Nueva York, 3 de junio de 2009

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